¿Qué voy a leer en este artículo?
- La sabiduría socrática como aceptación de la incertidumbre
- Los beneficios de la curiosidad
- El aprendizaje compartido en equipos diversos y generacionales
«Solo sé que no sé nada». Esta máxima, atribuida al filósofo griego antiguo Sócrates, es una de esas frases universales que todos hemos oído alguna vez en nuestra vida. Aunque Sócrates no dejó sus enseñanzas por escrito (ni siquiera sabemos, en realidad, si existió como tal), su principal discípulo, Platón, lo incluyó como personaje en sus diálogos y recogió esta y otras reflexiones de su maestro. La conocida máxima es, de hecho, la adaptación de unas palabras que aparecen en la Apología de Sócrates de Platón.
En cierta ocasión, el Oráculo de Delfos había llegado a afirmar que Sócrates era el hombre más sabio sobre la faz de la tierra. Asombrado y escéptico ante tan grandilocuente afirmación, Sócrates se embarcó en una investigación para encontrar otros hombres en Atenas que pudieran gozar del mismo nivel de sapiencia y así desmentir al Oráculo. Cuál fue su sorpresa cuando, conversando con diversos de los considerados como sabios en la ciudad, se dio cuenta de que en ellos había más supuestos que certezas, mientras que él era el único que, humilde, era capaz de reconocer su propia ignorancia. En el diálogo platónico, Sócrates lo explica así: «No creo que ni él ni yo sepamos de nada de veras bello y bueno, pero, aun así, soy mejor que él, pues él no sabe nada y cree saberlo, y yo ni sé nada ni creo saberlo».
Así, la predisposición del filósofo a reconocer su propia ignorancia le hacía, paradójicamente, más sabio que los demás, los cuales pensaban saberlo todo y en realidad no sabían nada. La querencia del filósofo ateniense por el diálogo como forma de enseñanza y la mayéutica, esto es, la idea socrática de aprendizaje en la que el maestro va haciendo preguntas al discípulo hasta que este «da a luz» (la raíz de la palabra tiene que ver con el parto) el conocimiento del que no es consciente o que no tiene, están relacionados con esta manera de entender la sabiduría. Solo reconociendo ante nosotros la inevitabilidad de la incertidumbre y mostrándonos dispuestos al asombro y a las nuevas ideas podremos alcanzar el verdadero conocimiento.
«Solo reconociendo ante nosotros la inevitabilidad de la incertidumbre y mostrándonos dispuestos al asombro y a las nuevas ideas podremos alcanzar el verdadero conocimiento».
Los beneficios de la curiosidad
Y es que la falta de conocimientos, bien orientada, puede convertirse en curiosidad y en voluntad de aprender, cualidades muy necesarias en nuestro desarrollo profesional. La ‘docta ignorancia’, según la formuló el filósofo renacentista Nicolás de Cusa, implica que nuestro conocimiento real del mundo nunca va a ser completo, ni perfecto, pero eso no significa que dejemos de buscar la ilustración de nuestra ignorancia, ni el fin de nuestras paradójicamente infinitas limitaciones. El mundo corre veloz y la ciencia y las técnicas avanzan cada día. Si pensamos que con lo que sabemos ya es suficiente, ¿cómo pretendemos dar lo mejor de nosotros mismos?

«Nuestro conocimiento real del mundo nunca va a ser completo, ni perfecto, pero eso no significa que dejemos de buscar la ilustración de nuestra ignorancia».
La curiosidad también se practica. Mantener una actitud abierta que nos obligue a salir de nuestra propia cámara de eco no es solo provechoso, sino casi imprescindible en tiempos de algoritmos, en los que considerar opiniones o experiencias distintas a las que estamos acostumbrados puede convertirse en un reto. El sapere aude o “atrévete a saber” del que hablaba Kant en su ensayo “Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración”, donde anima al ser humano, casi como imperativo moral, a tener el coraje de ejercer nuestra propia razón y el pensamiento crítico.
La curiosidad es, en sí misma, signo de genialidad. Como afirma José Antonio Marina en un texto para Ethic, «Todos los niños tienen una edad de hacer preguntas, en la que pueden formular cien al día. Creo que es una pulsión innata, no aprendida, como lo es el deseo de hablar. En este caso el niño anhela expresarse y en el otro conocer. Hacer una pregunta es una operación intelectual compleja porque supone ser consciente de que algo que se quiere conocer no se conoce. Es decir, es saber precisar la ausencia de algo. Los niños son genios».
Aprender en compañía
En un equipo de trabajo, no todos saben de todo. Unos pueden tener un gran dominio teórico, pero carecer de soft skills, otros pueden tener una base técnica más endeble, pero ser grandes comunicadores y tener mayor facilidad para tratar con el público. No existe el trabajador ideal, pero sí es posible conseguir un equipo ideal, en el que los aspectos menos desarrollados de unos se compensen con el potencial de otros a través del apoyo mutuo, el entendimiento y las ganas de aprender.
«El conocimiento no es un bloque unívoco: es algo que fluye entre las distintas generaciones y las distintas circunstancias de cada uno, que cambia y que adquiere matices cada día»
La duda es el principio de cualquier mejora. Cuestionarnos qué se puede mejorar y sobre qué vale la pena incidir o no, aceptar las críticas y fomentar el diálogo abierto que tenga en cuenta varios puntos de vista es imprescindible en cualquier organización actual. En un mercado saturado y que cada vez se preocupa más por no dejar a nadie atrás, buscar el autoconocimiento y la mejora personal puede marcar la diferencia.
Por otro lado, en equipos con mayor presencia de diversidad, compartir conocimientos es fundamental. Un ejemplo claro son los equipos que presentan diversidad generacional. Si los trabajadores más jóvenes aprenden de la experiencia de los séniors, y los séniors se dejan influir por las ideas frescas de los jóvenes, el flujo de sabiduría puede dar lugar a grandes resultados. Lo mismo sucede cuando, por ejemplo, se incorpora a personas con discapacidad a los equipos. El mundo puede ser muy distinto y, en ocasiones, hostil para las personas con diversidad funcional: poder escuchar las ideas de alguien que vive en primera persona las dificultades de accesibilidad nos conciencia sobre la necesidad de adaptar lo que ofrecemos, y de ampliar el propósito de nuestra empresa o el nuestro como individuos.
El conocimiento no es un bloque unívoco: es algo que fluye entre las distintas generaciones y las distintas circunstancias de cada uno, que cambia y que adquiere matices cada día. Solo a través de la humildad socrática podemos llegar a adquirir una visión total (o menos parcial) del entorno en el que estamos intentando desarrollarnos profesionalmente.