El mentoring inverso desafía esa inercia de pensar que lo nuevo siempre debe ser validado por lo antiguo. Y abre la posibilidad de que lo nuevo tenga valor por sí mismo, aunque aún no tenga nombre. Aunque no venga respaldado por décadas de experiencia o por un cargo.
¿Qué hace falta para que los perfiles más veteranos se abran de verdad a este tipo de relaciones?
Probablemente, algo que no siempre se menciona en los manuales: humildad, curiosidad y una cierta tolerancia al desconcierto. Porque en estos diálogos no se busca confirmar lo que ya se sabe, sino desordenarlo un poco. Y ese desorden puede ser fértil, pero también incómodo.
¿Cómo se puede poner en marcha dentro de una organización?
Como explican los investigadores Jennifer Jordan y Michael Sorell en Harvard Business Review, su implementación debe ser deliberada, cuidada y bien estructurada. A partir de su experiencia, proponen varios pasos esenciales:
* Definir objetivos claros desde el principio: un programa de mentoring inverso necesita una intención concreta: ¿queremos acelerar la transformación digital? ¿Explorar nuevas sensibilidades generacionales? ¿Abrir espacios para la diversidad? Cuanto más claro sea el propósito, más fácil será orientar las conversaciones.
* Seleccionar cuidadosamente a los participantes: ambos perfiles deben ser elegidos por su disposición a escuchar, a cuestionarse y a salir de su zona de confort. No se trata solo de emparejar por áreas de conocimiento, sino por apertura y actitud.
* Establecer expectativas y normas de relación: es importante crear un entorno seguro donde las personas puedan hablar con honestidad.
* Ofrecer formación y acompañamiento: sobre cómo abordar estas conversaciones, cómo ofrecer feedback constructivo y cómo sostener el diálogo incluso cuando surjan tensiones.
* Dar seguimiento (sin convertirlo en control): el equipo responsable del programa debe acompañar el proceso para detectar obstáculos, ajustar dinámicas y recoger aprendizajes. Pero este seguimiento debe hacerse con respeto, sin invadir la autonomía de las parejas.
Escuchar a quien acaba de llegar no debería ser una excepción, sino un gesto cotidiano. Una forma de no quedarse atrás. Una forma —también— de no olvidar que un día, todos fuimos los nuevos.
Fuentes: