Una ciudad verdaderamente sostenible tiene que cuidar tanto al medio ambiente como a las personas que la habitan. Solo atendiendo las necesidades reales de los ciudadanos conseguiremos que las urbes del futuro sean las ciudades que garanticen nuestro equilibrio.
El cine y la literatura han forjado durante décadas una foto fija del futuro. Con ciudades tecnológicas (techcities) en las que los coches autónomos vuelan, los patinetes eléctricos flotan e incluso se hacen videollamadas mediante hologramas. Todo eso ya está entre nosotros. O está al caer y ya nos resulta hasta familiar.
La optimización de la tecnología y la difusión de la digitalización están perfeccionando el concepto de ciudad inteligente (smartcity) de forma que el reto, ahora, es avanzar hacia las ciudades equilibradas (balancecity). Con un abordaje transversal de la sostenibilidad que englobe tanto el equilibrio medioambiental y urbanístico como el cuidado del medio ambiente y la atención al ciudadano-.
Esta combinación, que figura en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por la ONU, no es baladí. El avance hacia ciudades inteligentes sin tener en cuenta estas premisas ahonda en:
- Las desigualdades -la población urbana que vive en barrios marginales aumentó un 24% en 2018-.
- La desconexión -apenas la mitad de la población mundial urbana tiene un acceso conveniente al transporte público-.
- Y la reclusión -el 47% de la población vive a menos de 400 metros de espacios públicos abiertos-.
¿De qué sirve profundizar en el equilibrio vida-trabajo (worklife balance) si, acabada la jornada laboral, tenemos que seguir batallando para solventar otro tipo de carencias? El éxito de las balance cities requiere de un rol participativo de sus habitantes, permitiéndoles tener sus cuotas de influencia en las decisiones relevantes sobre el desarrollo de la ciudad. La coordinación con la administración pública y la acción participativa de todos los sujetos de la ciudad del futuro son las que permitirán equilibrar la gestión de los recursos en base a las necesidades. Y hay modelos fracasados que así lo respaldan.
Masdar, la techcity fallida
El ejemplo más crudo del despropósito de construir el futuro sin ir de la mano del ciudadano existe. Se trata Masdar, en Abu Dabi. Pero en este caso, más que un plató real de una película futurista sobre una ciudad techcity, lo que se está construyendo es el escenario de una cinta de terror. Con una atmósfera de asfixia, a pesar de estar inhabitada. El paradigma de la ciudad fallida.
Masdar estaba llamada a ser la primera ciudad del futurodiseñada especialmente para ser ecológica y autosuficiente. Orientada de forma que pudiera aprovecharse de las corrientes de aire, alambicada bajo un techo de paneles solares, y conectada por raíles eléctricos para que nadie tuviera que usar el coche. Todo previsto para 2016, con una prórroga fallida de 4 años que expirará este 31 de diciembre dejando el proyecto en utopía porque, sencillamente, nadie quiere vivir allí. La ciudad se proyectó abrazando el cuidado del medioambiente y apostando por sacar provecho a cada minuto de luz solar, pero también se hizo de espaldas al ciudadano. Un ejemplo de esto fue el diseño de un servicio de transporte que no soluciona la movilidad por la ciudad. Las cápsulas de movilidad eléctrica resultaron poco operativas ya que solo funcionaban por las reducidas dimensiones del centro de la urbe, y dejaba desatendida la distancia entre los núcleos, que es demasiado grande como para recorrerla en bici.
Aplicar el engagement del empleado en un modelo ciudadano
La experiencia de Masdar no es del todo negativa y permite sacar lecturas para mejorar en proyectos futuros. La principal pasa por extrapolar con éxito el modelo empresarial al modelo ciudadano. Si una de las claves del worklife balance es mantener al equipo profesional involucrado con el proyecto, el reto en las balance cities pasa por hacer partícipe al ciudadano de un modelo de ciudad que defienda activamente. ¿Es eso posible?
La consultora del sector público de WolterKluvers, María Elicia Cortés, ha tratado de contestar a esa pregunta en su trabajo de Fin de Máster de la Universidad Complutense de Madrid concluyendo que la gobernanza electrónica puede considerarse “el desafío principal y más importante de las smartcities fomentando el uso de tecnologías de la información y la comunicación en el sector público con el objetivo de mejorar la prestación de servicios e información, reforzar la transparencia, la rendición de cuentas, y fomentar la participación ciudadana en los procesos de toma de decisiones”. Todo ello redunda, según el estudio, en “reconocimiento individual, aprendizaje (necesidades de autorrealización), la eficacia, autonomía, sentimiento de pertenencia, estatus, liderazgo y competición”.
Detrás de estos movimientos de inclusión está el objetivo final de establecer a la ciudadanía como agente activo de la transformación de las techcities. En ese sentido no hay discusión sobre el hecho diferencial de que en el viejo continente está más arraigada la idea del trabajo colaborativo que en Asia o Estados Unidos. Hasta el punto de que varias capitales europeas han logrado abrirse hueco en los rankings de las principales ciudades con mejor balanza vida-trabajo desplazando a urbes norteamericanas, a priori, mejor posicionadas en los apartados de innovación y tecnología.
Hablamos de Helsinki (Finlandia), Múnich (Alemania), Oslo (Noruega)… e incluso Barcelona.
Con respecto de 2018, la capital catalana ha escalado cuatro posiciones en el ámbito de Europa y nueve en el global a pesar de no liderar ninguno de los campos examinados. Sin embargo, su innovación, su capacidad de atracción de talento digital y el equilibrio que presenta para equilibrar el trabajo y la vida personal la sitúan por delante de Nueva York (Estados Unidos), Toronto (Canadá), San Francisco (Estados Unidos) o Tokio (Japón) en el listado de ciudades que miran al futuro.
Barcelona lleva años desarrollando Decidim, una plataforma digital participativa que aprovecha la inteligencia colectiva de la ciudadanía para crear políticas públicas que respondan mejor a sus necesidades. De esta forma más del 70% de las propuestas incluidas en la agenda del ayuntamiento provienen directamente de la ciudadanía y son un reflejo de lo que preocupa a los y las habitantes de Barcelona, por lo que se convierte la hoja de ruta del Gobierno municipal. Las demandas más habituales se enmarcan en los ámbitos del acceso a vivienda asequible, el cambio climático, la transición energética o la sostenibilidad, entre muchos otros.
Los datos de la ciudad, y de sus ciudadanos, se conciben como un bien común y deben pasar a ser una infraestructura pública como el agua, la electricidad, las carreteras y el aire limpio. De manera que tienen que ser accesibles y ayudar a las empresas locales de tecnología y las redes de producción a construir futuros servicios y soluciones que generen valor público y retorno social. La definición exacta de una balance city del futuro.
Fuentes: LinkedIn, New York Times, Weforum, El País