El pequeño Arthemus viajaba a menudo desde Minas Gerais hasta Sao Paulo para ver al resto de su familia. Desde la ventana del coche, iba devorando el mundo con sus ojos de niño: “Me encantaban las carreteras… Mi padre iba contando las ciudades por las que pasábamos… Yo sabía todo el camino, cuáles eran las paradas, dónde se comía bien… Me encantaba estar en el coche mirando el paisaje”. ¿Jugaban a algo parecido al “veo, veo” que hay en España? “Sí, preguntábamos qué estabas pensando o qué estabas viendo, y decías: una montaña, una colina, una estrella y cosas así”, confirma. Esa fijación por los paisajes humanos, los edificios y las carreteras fue, en palabras de Arthemus, uno de los primeros indicios de su vocación como ingeniero civil.
Porque esa fue la carrera que cursó. Cuenta que sus padres no tenían “mucha plata” y que el primer año estudió en una universidad privada hasta que logró entrar en la Universidad Federal de Juiz de Fora-MG. Y hace una estimación muy realista de ese aterrizaje: “Allí me enfrenté a una realidad muy impactante, fue muy difícil, muy exigente. A pesar de que yo tenía facilidad para los estudios, en el primer año sufrí. Tuve que dedicarle muchas horas. Al final solo estudiaba y hacía deporte como válvula de escape”.
Así, mantuvo su pasión por deportes de equipo como el baloncesto, que hubiera elegido como carrera si no midiera 1,80 “que es alto, pero un poco bajo para competir profesionalmente”. Además de representar a la universidad en las competiciones, en esos juegos sacaba a relucir también su vocación de liderazgo: “Siempre era el capitán del equipo. Yo era alguien que agregaba a muchas personas, eso era algo innato para mí”.
Vientos favorables en el sector marítimo
Arthemus estrenó el siglo XXI trabajando en una empresa de obras marítimas portuarias en Río de Janeiro que abrazó como una oportunidad de aprendizaje: “Yo no sabía nada de eso, fue una casualidad, pero me encantó porque aprendí cosas nuevas y era un sector de ingeniería del que tenía pocos conocimientos”. Aún no lo sabía, pero ese sería el trampolín para su entrada en ACCIONA pocos años después. La transición fue algo más suave que aquel difícil primer año de carrera: “Había en Brasil un hueco muy grande en ese sector. Cualquier persona con voluntad, con capacidad, con un poco de gestión, conquistaba espacio rápido”.