La cuarta revolución industrial está introduciendo un componente novedoso en el entorno profesional. Un nuevo actor en forma de Inteligencia Artificial llega al trabajo. Un actor que, en sus primeros pasos, ha sido objeto de críticas y juicios erróneos asociados a la destrucción del empleo. El tiempo, sin embargo, está poniendo a sus detractores en su sitio. El mismo que ocupan los inmovilistas y que no es otro que el furgón de cola del mañana.

La entrada de la mecanización de los procesos productivos o la invención del motor a vapor redujo, por poner un ejemplo, al gremio de los herreros cuando los carruajes eran casi el único medio de transporte. Pero nació toda una generación de técnicos que se especializaron en la construcción de vehículos o de líneas de ferrocarril, entre otros. Y así ha venido ocurriendo sucesivamente con el paso de los años.

Inteligencia Artificial, trabajo y sentimiento negativista global

Lo que ocurre es que existe una corriente pesimista. Los mismos que ahora claman por la desaparición de algunos empleos olvidan que esos mismos sustituyeron años atrás, durante la tercera revolución industrial, a otros tantos oficios. Y tres de cuartos de lo mismo sucedió con los de la segunda. Pero entre la primera y la tercera revolución industrial, el despegue social ha resultado imparable. La mayor productividad de las fábricas hizo bajar los precios democratizando el acceso a muchos productos como la televisión o el automóvil hasta entonces solo al alcance de las élites.

Y la revolución a la que nos ha acercado la Inteligencia Artificial no es tan diferente de las tres anteriores -Mecánica, Eléctrica e Informática- en cuanto a su aportación al conjunto de la sociedad:

  • Crecimiento económico.
  • Avance del Estado del bienestar
  • Especialización profesional
  • Mejora de las condiciones de trabajo

En España, según un estudio de la consultora PwC esta transformación no llegará hasta la década de 2030, cuando uno de cada tres empleos ya no lo desempeñará un trabajador sino que estará totalmente automatizado, es decir, lo desempeñará una máquina. Trabajaremos en profesiones que todavía no existen y veremos cómo otras que nos han acompañado varias décadas apuntarán a la desaparición, como los cajeros de supermercado o los chóferes. Como ocurrió antes con los serenos o los pregoneros. Y el mundo no se acabó.

 

La historia certifica los cambios

¿Pero alguien duda de que sea menos exigente para el ser humano trabajar, por ejemplo, en el desarrollo de utilidades robóticas en una oficina con calefacción o aire acondicionado que en una fonda con techumbre de paja a la intemperie cambiando los herrajes a un caballo? ¿Acaso no son más abundantes las oportunidades ofrecidas por las nuevas tecnologías y la Inteligencia Artificial que las profesiones desaparecidas?

Por no hablar de las condiciones laborales. Antes de instaurarse la jornada laboral de 8 horas, había una de 10, y antes una de 14. De hecho hubo un tiempo en el que la única ley que existía prohibía trabajar más de 18 horas. Viendo la progresión, no es descabellado pensar en que la automatización de trabajos manuales puede traer consigo otra serie de cambios laborales, como por ejemplo jornadas de 6 horas en lugar de 8. O semanas laborales de cuatro días.

 

Inteligencia artificial y trabajo, en el kilómetro cero

La disyuntiva no es calcular cuánto queda para que el inestable mercado laboral afecte a nuestro sector, sino poner el cronómetro en el cero para calcular cómo de rápido podemos adaptarnos a los nuevos usos de las tecnologías. Un nuevo enfoque que voltea la actual coyuntura hasta convertirla en oportunidad.  Aunque para ello haya que incorporar al conjunto del entrono profesional el aprendizaje de por vida que, hasta la fecha, se ha asociado a un puñado de profesiones entre las que destacan las asociadas a la salud y la medicina.

A medida que las tecnologías mejoran la eficiencia y crean nuevos conocimientos, seguramente surgirán nuevos puestos de trabajo que se basen en esas mejoras. Los trabajos se crean entendiendo lo que hacemos y lo que podemos hacer mejor”, dice Mark Esposito,  director del Instituto de Estrategia y Competitividad de la Escuela de negocios de Harvard. Y para ello pone como ejemplo lo que sucedió con la industria musical. “Se creía que internet iba a hacerla desaparecer. Y todo lo contrario”. Las descargas han cambiado la forma de escuchar música. La industria se ha transformado, pero no ha desaparecido.

De la IA a la IH: Inteligencia Humana

Recapitulando, la adopción de la Inteligencia Artificial  en el trabajo reemplazará principalmente las tareas repetitivas, las que no requieren demasiada creatividad ni empatía humana. Sin embargo, las habilidades cognitivas que las máquinas no son capaces de realizar cotizarán al alza. Aquellas que complementan los equipos con diversidad de perfiles, que resuelven escenarios no predecibles en patrón informático, o que precisan de la comprensión de emociones y favorecen el pensamiento crítico. De cómo seamos capaces de gestionar esta realidad, dependerá el éxito futuro.  La clave, por tanto, está en colocar la Inteligencia Artificial al servicio de la Inteligencia Humana. Para Raúl Sánchez, director nacional de Randstad Technologies, “las oportunidades relacionadas con la Inteligencia Artificial y el trabajo estarán muy relacionadas con la programación de software así como con el mantenimiento de estos sistemas artificiales en cada una de las industrias”, señala.

El equilibrio residirá en aprender a delegar en las máquinas las funciones de menor valor añadido, de forma que se puedan liberar horas humanas las personas para otro tipo de tareas más cualificadas y gratificantes. A lo que se añade lo que la Universidad de Harvard ha identificado como el gran reto: determinar cuáles serán los nuevos límites que las personas podrán derribar con la revolución de la robótica y la digitalización. ¿No es un desafío  apasionante?

Fuentes: Harvard.edu, Executive Excellence, Lab El Mundo