Contar con el mejor talento para la organización. Esta premisa se ha convertido en una prioridad para empresas de todos los sectores y tamaños en cualquier parte del mundo. Acertar con el talento es clave para seguir siendo competitivos en un mundo cada vez más cambiante y complejo, y en el que la revolución digital trae nuevos desafíos prácticamente a diario. Para lograrlo, en ocasiones los departamentos de Gestión de Personas cuentan con sofisticados sistemas de evaluación, muchos de ellos apoyados en la tecnología, que permiten identificar el potencial, evaluar el talento y medir la productividad de sus actuales y potenciales empleados. Pero la necesidad de contar con las personas adecuadas en los puestos correctos no es nueva. Lleva con nosotros miles de años, y también lo hacen los sistemas con los que los «directores de Recursos Humanos» de todas las épocas, ya se tratara del capataz de una plantación, un maestro artesano, un general romano o un faraón egipcio, han tratado de identificar la capacidad y competencia laboral de sus colaboradores.
A lo largo de la historia, las distintas civilizaciones y épocas han buscado indicadores de talento que sirvieran para anticipar la idoneidad de una persona para desempeñar un puesto. Vamos a repasar algunas de esas enseñanzas que las antiguas civilizaciones nos han dejado en cuestiones de talento:
¿Qué voy a leer en este artículo?
- Formación de élites en el Antiguo Egipto: escribas, sacerdotes y su preparación desde la infancia
- Los Diez Mil Inmortales: formación, valores y propósito en el Imperio Persa
- Evaluación del talento político en la Antigua Grecia: retórica, asambleas y persuasión
- El cursus honorum en Roma: itinerarios profesionales y evaluación por méritos
- Exámenes imperiales en China: el primer sistema meritocrático para acceder a la administración pública
Formación de élites en el Antiguo Egipto: escribas, sacerdotes y su preparación desde la infancia
En su doble condición de guardianes letrados del conocimiento y administradores del Estado, los escribas y sacerdotes egipcios tenían una posición de gran importancia en la Administración de los Faraones. Eran una élite y, aunque, como tal, no eran «seleccionados» en sentido estricto, pues solían ser hijos de altos funcionarios y otras personalidades, sí eran meticulosamente preparados desde la cuna para desempeñar esta influyente función. Existían escuelas de escribas, en las que los futuros funcionarios recibían un extenso programa de estudios que abarcaba disciplinas tan diversas como escritura hierática y jeroglífica, geografía, geometría, astrología, matemáticas, pintura, dibujo o lenguas extranjeras. Tras ese periodo, los escribas completaban su formación en las Casas de Vida, escuelas superiores vinculadas a un Palacio o a un Templo, donde se especializaban.
Los Diez Mil Inmortales: formación, valores y propósito en el Imperio Persa
Los Diez Mil Inmortales eran la fuerza de élite del ejército persa del Imperio aqueménida (c. 550-330 a. C.), además de la guardia personal del rey. Sus miembros eran reclutados entre los hijos de la nobleza de persas y medos, y su formación comenzaba desde muy niños, a los 5 años.
Aprendían habilidades de combate, como el uso del arco, la jabalina o a montar a caballo, y eran entrenados para soportar condiciones climáticas extremas. También estudiaban cuestiones vinculadas a la religión y la historia persa, se les enseñaban sus deberes con su dios, Ahura Mazda, el pueblo y el rey, y se les instruía para decir siempre la verdad.
Ser un inmortal era, por tanto, mucho más que una cuestión de destreza física o pericia en el combate, sino que exigía una completa entrega al rey y una identificación con la patria, sus valores y su religión. Ahí residía la verdadera fortaleza de este cuerpo militar y el valor diferencial que lo convertía en temible para sus enemigos. Un nivel de compromiso, salvando mucho las distancias en casi todos los sentidos, lo que sucede hoy con empresas y empleados que conectan en la idea de desempeñar una labor profesional con propósito.
Evaluación del talento político en la Antigua Grecia: retórica, asambleas y persuasión
Como no podía ser de otro modo en la cuna de la retórica, las habilidades lingüísticas tenían un papel fundamental en la futura carrera de todo aquel que aspirase a desempeñar un papel destacado en la comunidad. Los futuros líderes políticos debían pasar lo que podría considerarse como un antecedente de las actuales entrevistas por competencias. Para ello debían exponer sus ideas a la ciudadanía en asambleas públicas, lo que les daba la oportunidad de mostrar sus habilidades argumentativas, elocuencia, capacidad de persuasión o de análisis crítico.
El cursus honorum en Roma: itinerarios profesionales y evaluación por méritos
El carácter de los antiguos romanos, mucho más práctico que el de los griegos, propició que sus grandes pensadores no solo reflexionaran sobre cuestiones filosóficas, militares o políticas, sino que también exploraran dimensiones más mundanas como la economía o el trabajo. Cicerón tenía en baja consideración aquellos trabajos manuales en los que quienes los desempeñaban recibían una contraprestación por sus esfuerzos, como comerciantes y artesanos, y no por sus talentos. En cambio, ensalzaba a aquellas personas que practicaban la agricultura y determinadas profesiones «liberales», como la medicina, la arquitectura o la enseñanza. Cicerón fue, entre otros honores, miembro del Senado de Roma, una institución que ha dejado una impronta en la historia de la humanidad como uno de los primeros ejemplos de gran asamblea política y legislativa, y cuya influencia ha pervivido hasta la actualidad.
Pero ¿cómo llegaba un ciudadano romano a formar parte de esa prestigiosa cámara? Para alcanzar tan alto honor, debían completar una carrera profesional, en la línea de los itinerarios de carrera que siguen los directivos o altos funcionarios actuales. Mediante este cursus honorum («carrera de honores») los futuros senadores debían ejercer primero una serie de magistraturas, perfectamente establecidas y calendarizadas. De esta manera, adquirían experiencia y tejían una red de contactos que les preparaba para sus futuras responsabilidades.
Este camino se iniciaba con el vigintivirato, que consistía en el desempeño de veinte cargos agrupados en tres áreas: justicia, moneda y mantenimiento de obras públicas, al servicio de magistrados de mayor rango. Una vez superada esta fase, el político pasaba un mínimo de dos años ejerciendo como tribuno o prefecto. Después llegaba una serie de cargos electos en los que votaban los representantes de otras asambleas. Cuestor, edil, tribuno de la plebe, pretor y finalmente, cónsul eran los siguientes pasos en el escalafón antes de llegar al Senado.
Exámenes imperiales en China: el primer sistema meritocrático para acceder a la administración pública
En el apogeo de la China Imperial de los siglos VII y VIII formar parte del cuerpo de mandarines, magistrados y altos funcionarios de la corte era un privilegio reservado a los más capaces. Para formar parte de esa élite, los aspirantes debían superar unas pruebas conocidas como los exámenes de las «Cuatro Artes» o exámenes imperiales. En este antecedente de las actuales oposiciones a las Administraciones Públicas se evaluaba el conocimiento de la literatura, la filosofía o la historia de los aspirantes, y también incluía una prueba de «actitud», en la que se evaluaban aspectos como el comportamiento, la apariencia o la forma de hablar. El sistema de examen quedó definitivamente establecido durante la dinastía Sui, en el año 606, y aunque técnicamente se basaba en la meritocracia, de hecho, los exámenes estaban abiertos a todo el mundo, aprobar era tan difícil y exigía una educación tan costosa y especializada que en la práctica solo estaba al alcance de las élites sociales y económicas. Eso sí, dentro de ellas, prevalecía el mérito y la capacidad. Se estima que únicamente uno de cada 300 aspirantes lograba superar estas pruebas de acceso.
Las civilizaciones antiguas nos enseñan que evaluar el talento va más allá de las habilidades técnicas, y que no solo es adecuado para identificar competencias, sino también valores, compromiso y alineación con el propósito organizacional.