En la Grecia antigua, el filósofo Sócrates se encontraba en el centro de una tormenta de críticas por parte de la generación anterior. Considerado un provocador, su método socrático de cuestionar todo lo establecido representaba una amenaza para los valores tradicionales. Los mayores lo veían como una figura subversiva, capaz de sembrar la duda entre los jóvenes, quienes comenzaban a desafiar los principios que hasta entonces habían sido incuestionables.
Este conflicto generacional, que se extendió más allá de las calles de Atenas y resonó en los foros del pensamiento, refleja un patrón que ha persistido a lo largo de la historia: la tensión entre lo antiguo y lo nuevo, entre la sabiduría acumulada y la búsqueda incesante de nuevas verdades. Sin embargo, estos tipos de choques son, en realidad, una puerta hacia el progreso, hacia nuevas formas de hacer y pensar las cosas.
Hoy, en un mundo donde cinco o incluso seis generaciones coexisten en el mismo espacio laboral, se nos presenta una oportunidad sin precedentes para replicar esa alquimia intergeneracional. Aunque a menudo nos centramos en lo que nos separa, la verdadera inteligencia radica en aprovechar la diversidad que esta convivencia múltiple nos ofrece.
¿Qué voy a leer en este artículo?
Los conflictos generacionales, una invención de los estereotipos
Los conflictos generacionales se presentan como narrativas recurrentes que, más que reflejar una realidad inmutable, parecen aferrarse a estereotipos que simplifican la complejidad de las interacciones humanas. Se habla de los baby boomers como resistentes al cambio, de los millennials como dependientes de la tecnología y de la Generación Z como impacientes.