La agilidad es una capacidad altamente valorada. Apreciamos la agilidad y la soltura en las personas, pero también en las cosas y los procesos: un trámite ágil siempre será considerado mejor que uno que no lo es. La RAE define el adjetivo ágil como a) aquello que se mueve con soltura y rapidez. 2) dicho de un movimiento, hábil y rápido. 3) que actúa o se desarrolla con rapidez y prontitud.
En las dos últimas décadas, la agilidad, no obstante, ha trascendido el campo físico, y el concepto se ha introducido en el campo educativo (agilidad emocional) o en el campo organizativo (organizaciones ágiles).
Manifiesto Agile, la clave de las organizaciones ágiles
Las organizaciones ágiles son aquellas que tienen la habilidad de crear valor respondiendo al cambio constante. Satisfacen las necesidades del cliente tan rápido como sea posible. Son muchos los informes, las metodologías (por ejemplo, Scrum o Kanban) y las iniciativas que invitan a agilizar las organizaciones.
Un punto de inflexión en este movimiento hacia la agilidad organizativa fue el manifiesto Agile firmado por 17 líderes de la industria del desarrollo de software. El manifiesto está organizado en 4 valores y 12 principios dignos de leer. Algunos de estos principios son: “Nuestra principal prioridad es satisfacer al cliente a través de la entrega temprana y continua de software con valor” (Principio 1) o “Entregamos software funcional frecuentemente, entre dos semanas y dos meses, con preferencia al período de tiempo más corto posible” (Principio 3).
El manifiesto no solo ha sido un punto de no retorno para la industria del desarrollo de software. También para muchas otras organizaciones no necesariamente del sector tecnológico. Hay una clara llamada a la agilidad, y la pandemia no ha hecho más que ponerlo de relieve.
“Hay una clara llamada a la agilidad, y la pandemia no ha hecho más que ponerlo de relieve”
No hay nada de malo en querer ser más ágil, ni como persona, ni como organización. No obstante, algunos críticos nos invitan a pensar en los costes de la agilidad, en su cara B, porque los beneficios son claros, pero ¿qué precio tiene la agilidad para mi organización? ¿Qué precio tiene la agilidad en mí?
Un posible error ha sido confundir y asimilar agilidad con velocidad. Un par de los principios antes mencionados así lo anuncian: “responder tan rápido como sea posible”. De hecho, la propia RAE da mucha fuerza a la idea de agilidad como rapidez en sus tres acepciones.
Sin embargo, son los profesores Sheppart y Young quienes subrayan que la agilidad consiste en cambios de velocidad y de dirección como respuesta a un estímulo.
“Confundir agilidad con velocidad puede ser uno de los errores más comunes “
Son importantes aquí dos apreciaciones: que la agilidad se manifiesta ante un estímulo (cambios en el mercado laboral, irrupción de pandemia), y que los cambios no son solo de velocidad, sino también de dirección (adaptabilidad).
Con la implementación de metodologías para transformar las compañías en organizaciones ágiles, uno puede llegar a tener la sensación, con sus dinámicas de sprints y entregas inmediatas, que no se entiende de agilidad en el sentido de Sheppart, sino en el sentido de la RAE.
Entender la agilidad solo como velocidad, independientemente de los estímulos, sería imaginar la gacela constantemente corriendo. Todos nos podemos imaginar un mal final. La perversión de la agilidad es invitar a pensar que ser ágil es correr constantemente. Es vestir la rapidez de agilidad. Aunque la velocidad venga acompaña de algunos beneficios a corto plazo (creación valor, o satisfacción del cliente), hay costes serios para las organizaciones y directamente para sus empleados (agotamiento, cansancio, fatiga) que requieren reflexión.
De las organizaciones ágiles a la sociedad del cansancio
Uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, reflexiona sobre el cambio silencioso de paradigma que ha sufrido la sociedad occidental hasta convertirse en lo que él llama la Sociedad del Cansancio, que surge de la Sociedad del Rendimiento. En este nuevo escenario social, somos nosotros mismos los que nos autoexplotamos en el trabajo hasta la extenuación y nos convertimos en subordinado. A la vez, en capataz de nuestra propia persona que nos pide rendir siempre más. Cada época tiene sus enfermedades. La nuestra, a consecuencia de esta autoexigencia consentida, las neuronales: depresión, síndrome de desgaste ocupacional, hiperactividad.
Según Han (2017), nuestros reproches diarios a nosotros mismos son una muestra clara de la sociedad del rendimiento en la que estamos inmersos, facilitando el “agotamiento del alma”. Para el filósofo surcoreano, país hecho a base de rendimiento en las últimas décadas, es necesaria la “pedagogía del mirar” (a uno mismo y al otro), así como la “práctica del no-hacer” durante periodos cortos y largos, para salvarnos de vidas infartadas y agotadas.
La agilidad bien entendida por las empresas
Las organizaciones deben ser ágiles, y es una buena noticia. Pero esto no implica directamente que todas las personas que conforman tales organizaciones deban moverse y trabajar a alta velocidad constantemente. Es necesario ser ágil como la gacela o el pez, desvelando y aprovechando nuestra presteza latente en los momentos necesarios.
Para las organizaciones contemporáneas interesadas genuinamente en la agilidad, podrían ser muy relevantes estos puntos:
- No confundir agilidad con alta velocidad constante. El tren directo de Alta Velocidad Madrid-Barcelona es una maravilla, es rápido, eficiente, pero no es ágil. Mañana no puede ir a Gijón, está forzado a ir a Barcelona. Si se quiere puede ir a Zaragoza, o al Camp de Tarragona, y no a Barcelona, pero no a Gijón. Es necesario distinguir agilidad de rapidez.
- Estudiar con detalle los beneficios de la agilidad de nuestra organización (creación de valor, satisfacción del cliente), y al mismo tiempo estudiar con detalle sus costes (¿cómo está el equipo?, ¿hay absentismo?, ¿rotación?, ¿enfermedades?).
- Evitar fomentar una cultura de la prisa si no es necesaria. Debemos tener prisa cuando hay prisa. Pero vivir en un estado de eterna prisa, aumenta el riesgo de errores. Reduce la capacidad de empatía, de sintonizar con el otro o de tomar decisiones realmente acertadas. Además, reduce la simpatía y el cuidado.
- Una organización ágil es crucial para nuestros tiempos, de hecho, siempre ha sido crucial, pero es necesario afrontar con serenidad y reflexión pausada los beneficios y costes de los programas que tengamos en mente.
Bibliografía:
Han, Byung-Chul. 2017. La Sociedad Del Cansancio. Herder Editorial.