No hay nada de malo en querer ser más ágil, ni como persona, ni como organización. No obstante, algunos críticos nos invitan a pensar en los costes de la agilidad, en su cara B, porque los beneficios son claros, pero ¿qué precio tiene la agilidad para mi organización? ¿Qué precio tiene la agilidad en mí?
Un posible error ha sido confundir y asimilar agilidad con velocidad. Un par de los principios antes mencionados así lo anuncian: “responder tan rápido como sea posible”. De hecho, la propia RAE da mucha fuerza a la idea de agilidad como rapidez en sus tres acepciones.
Sin embargo, son los profesores Sheppart y Young quienes subrayan que la agilidad consiste en cambios de velocidad y de dirección como respuesta a un estímulo.