A lo largo del tiempo, las teorías sobre el concepto de liderazgo afirmaban que se trataba de una capacidad innata a las personas, es decir, que se nacía siendo líder. Sin embargo, esas investigaciones han ido evolucionando y, en la actualidad, ratifican que el líder no nace, sino que se hace. Y esto se corrobora a través de numerosos estudios y ensayos que han demostrado que las habilidades personales pueden adquirirse y perfeccionarse en cualquier momento de nuestra vida. El liderazgo se aprende, se desarrolla, se moldea y se mejora día a día. Todo es cuestión de tesón y práctica.
Conocerse a uno mismo
Y es que, aunque no lo parezca, todas las personas tienen la habilidad de influir en los demás. La única diferencia es que cada uno lo hace de un modo diferente. Por ese motivo, descubrir cuáles son los conocimientos, las habilidades y actitudes que poseemos es la mejor manera para poder transformar y fortalecer nuestro liderazgo y, posteriormente, ejercitarlo.
En concreto, el desarrollo del liderazgo empresarial puede definirse como el proceso a través del cual una persona es capaz de influir y optimizar en los resultados de un grupo, guiando y dirigiendo su voluntad hacia la consecución de los objetivos definidos por la corporación.
Sin embargo, lo primero que se debe analizar para ser un buen líder es conocerse y entenderse a uno mismo, con especial detalle tanto en las virtudes y defectos, como en las capacidades y debilidades propias. Esto ayudará a descubrir qué aspectos se deben entrenar y trabajar y qué cualidades es necesario adquirir o potenciar para mejorar y convertirse en el líder que se desea ser. En estos casos, buscar un coach o un mentor que ayude a establecer las metas y nos oriente puede resultar muy positivo.
Conocimientos, habilidades y actitudes
Los tres ejes en los que se centrará el desarrollo del liderazgo son los conocimientos (lo que sabe el líder sobre algo concreto), las habilidades (lo que hace y cómo lo lleva a cabo) y las actitudes (su predisposición frente a una situación). De nada sirve tener muchos conocimientos si no tenemos las habilidades adecuadas, como tampoco es viable tener muchas habilidades sin articular la actitud correcta.
El conocimiento nos lo da la formación, la experiencia, la observación. E independientemente de la posición que ocupe, el líder deberá estar al corriente sobre todo lo relacionado con su empresa (procedimientos que emplea, tecnología que utiliza, personas de su equipo, clientes, accionistas…), así como del mercado en el que opera, las tendencias del sector y las empresas de la competencia. Es la única forma de destacar y llegar a influir en un equipo.
En cuanto a las habilidades, podrían ser muy extensas, pero se pueden resumir en una decena de ellas. Para liderar es importante tener influencia sobre un grupo de personas, así como identificar las necesidades de aprendizaje para la realización personal para cada uno de ellos.
Saber delegar y asignar tareas, tener una visión estratégica del entorno para adoptar las decisiones y acciones apropiadas, saber resolver y mediar en los conflictos o tener una capacidad efectiva y dinámica de comunicación y escucha son otras de las virtudes que todo buen líder debe poseer.
A estas se unen la destreza analítica, la organización y planificación y el autocontrol y tolerancia ante la presión, además de la orientación del grupo hacia el logro de los planes fijados. Todo este decálogo se resume en tres palabras: tarea, equipo y personas.
Por último, el perfil del líder idóneo pasa por reunir tres actitudes vitales: flexibilidad, positividad y entusiasmo para adaptarse al cambio, superar los retos diarios y contagiar al equipo de un espíritu dinámico; constancia y perseverancia para afrontar las dificultades y fortalecer las destrezas resolutivas; y encontrar las posibilidades y oportunidades donde otros no las ven.
En definitiva, se puede afirmar con rotundidad que liderar no es una tarea fácil. Conseguir objetivos a través de otros requiere tiempo, esfuerzo y determinación, además de una rápida absorción de conocimientos y adaptación ante los cambios para adquirir nuevas competencias y continuar avanzando en nuestra trayectoria laboral. Por ello, es importante que la empresa apueste por una formación constante y la inversión en recursos, puesto que todo ello repercutirá finalmente en el buen funcionamiento de la misma.
Fuentes: EAE Business School, James MacGregor Burns, Universidad Benito Juárez, César Piqueras