“Jovencitas, les seré franca: la mayoría de nuestros hombres han muerto en el frente y solo una de cada diez podrá casarse. Las demás tendrán que aprender a trabajar y valerse por sí mismas”. Tales fueron las palabras de una directora de instituto que reunió a sus alumnas tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Lo cuenta Virginia Nicholson, sobrina-nieta de Virginia Woolf, en su libro Ellas solas. Un mundo sin hombres.
Paradójicamente, junto con la rebelión de las primeras sufragistas que conquistaron el voto femenino en el Reino Unido de la mano de las Pankhurst, uno de los grandes detonantes del acceso de la mujer al mundo laboral fue la Primera Guerra Mundial. Por una cuestión de necesidad histórica -los hombres estaban en el frente-, las mujeres acudieron en masa a las fábricas a desempeñar un trabajo tradicionalmente masculino. Fue allí donde demostraron que podían cumplir el mismo papel si se les daba la oportunidad. Ahora, tras el cese de hostilidades, se abría una ventana de oportunidad que confirmaba el camino iniciado. Socialmente, las solteras ya no recibirían el apelativo de spinsters (solteronas), sino que se les consideraría mujeres fuertes e independientes ante la adversidad.
Aquel primer sabor de libertad se convirtió en una ola imparable que iría alcanzando progresivamente todas las esferas del mundo laboral. Sin embargo, aún hay sectores refractarios a la incorporación de la mujer o que siguen manteniendo porcentajes muy inferiores de representación femenina. La construcción, donde hasta ahora ha primado la imagen del albañil en el andamio, es uno de los ejemplos más clamorosos. En la línea de las carreras STEM, en las que la paridad de mujeres sigue siendo lejana, se puede mencionar el ejemplo de EE. UU., donde solo hay un 10 % de mujeres trabajando en la construcción. En países como Chile, es aún más baja, con tan solo un 6,1 %. Pero la incorporación de la mujer a este mundo no solo es una cuestión de paridad y justicia social, sino un imperativo en tiempos en los que la mano de obra escasea.
Este es un problema complejo y, como tal, no tiene soluciones sencillas. Las causas son muy variadas: falta de formación, información y de representatividad o una visión social que impide que las mujeres se consideren candidatas a trabajar en el sector son algunas de las que se han apuntado. Hoy, todos los implicados en el mundo de la construcción tienen la responsabilidad de paliar esa brecha de género histórica. Solo trabajando de forma transversal en los entornos académicos y profesionales se podrá avanzar en la dirección correcta. Más que recetas, estas son algunas de las estrategias que pueden contribuir a ello.
Lecciones de liderazgo
Se ha comparado el coronavirus con una guerra. Y, en ese sentido, quizá también podamos encontrar un lado luminoso tal como lo tuvo la Primera Guerra Mundial. Dicen que las grandes crisis son el momento en que se mide la talla de un líder. El momento en que, además de dirigir, llega el momento de inspirar. La presente pandemia ha dado la oportunidad a numerosas mujeres de demostrar su capacidad en posiciones de responsabilidad.
Ejemplos como el de Jacinta Arden en Nueva Zelanda o Angela Merkel en Alemania han puesto sobre la mesa alternativas de gestión eficaz. Sería positivo que muchos otros sectores hasta ahora muy masculinizados tomaran nota de esos resultados. Nuevamente, más allá de un enfoque paritario, estamos ante la oportunidad de incorporar enfoques más profundos y enriquecedores, tal como se explica en este artículo de Harvard Business Review.