Por más que nos consideremos individuos libres y autónomos, lo cierto es que todos actuamos, al menos en parte, según un libreto social. Uno que no hemos escrito nosotros, pero que interpretamos a diario con más precisión de la que creemos.

Este guion, compuesto de normas, expectativas, estereotipos y códigos compartidos, es lo que la sociología denomina Teoría de los Roles Sociales. Y entenderla no solo nos permite observar con mayor lucidez lo que ocurre en nuestras organizaciones, sino también abrir la puerta a atrevernos a escribir nuevos papeles.

¿Qué voy a leer en este artículo?

 

¿Qué es, exactamente, la Teoría de los Roles Sociales?

La Teoría de los Roles Sociales, desarrollada entre otros por Alice Eagly en los años ochenta, plantea que gran parte de nuestro comportamiento está moldeado por las expectativas que la sociedad deposita sobre los “roles” que representamos: madre, jefe, joven, ingeniera, persona migrante, directora creativa o enfermero, por citar solo algunos.

Estos roles no son estáticos ni universales, pero sí profundamente influyentes. Operan como marcos de referencia que nos indican, de forma más o menos sutil, qué es lo que se espera de nosotros en cada contexto.

En el ámbito laboral, estos guiones se manifiestan en formas tan cotidianas que muchas veces pasan desapercibidas: cómo se espera que lidere un directivo, cómo debe comportarse una becaria, qué tono puede usar un responsable de administración o quién se encarga de tomar notas en una reunión. Lo relevante no es solo lo que sucede, sino lo que no se cuestiona. Y es ahí donde la teoría de los roles sociales se convierte en una herramienta para observar, comprender… y también para transformar.

 

Roles, estereotipos y techos invisibles

Una de las contribuciones más valiosas de esta teoría es que ayuda a iluminar el vínculo entre rol y estereotipo. Cuando ciertos papeles sociales se asocian de forma persistente a determinadas características, por ejemplo, que las mujeres sean empáticas y los hombres asertivos; que los jóvenes sean digitales, pero poco comprometidos, o que los altos cargos deban mostrarse infalibles, estamos ante un estereotipo de rol. Y estos estereotipos, aunque puedan parecer funcionales, tienden a limitar las posibilidades de quienes se salen del molde.

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Para entender el impacto real de estos estereotipos, basta con mirar los resultados del Global Gender Gap Report 2024, publicado por el Foro Económico Mundial. Aunque ha habido avances, el informe señala que al ritmo actual faltan todavía ciento treinta y cuatro años para cerrar por completo la brecha de género en el mundo. Uno de los factores más persistentes: la segregación ocupacional basada en estereotipos de género, donde los roles tradicionalmente asociados a hombres (como los de liderazgo, tecnología o ingeniería) siguen estando sobrerrepresentados, mientras que otros, como los de cuidados, siguen recayendo mayoritariamente sobre mujeres.

Otra investigación reciente, publicada en Nature Human Behaviour, concluyó que las expectativas culturales sobre lo que “debería ser” un buen líder están aún estrechamente ligadas a rasgos tradicionalmente masculinos, como la seguridad, la toma de decisiones rápida o la firmeza.

Pero el género no es lo único que está en juego. Estudios como el realizado por el Pew Research Center en 2023 muestran cómo la percepción del rol generacional también está cargada de clichés: mientras a la Generación Z se le atribuyen rasgos como fragilidad emocional o desinterés laboral, se ignoran otros datos como su fuerte compromiso social, su capacidad para adaptarse a entornos cambiantes y su nivel de conciencia ética en la toma de decisiones profesionales.

 

Implicaciones con las políticas de inclusión y diversidad

Los roles sociales no solo organizan nuestras conductas cotidianas, también delimitan quién encaja y quién queda fuera del relato dominante. En un mundo donde la diversidad es un hecho, pero la inclusión sigue siendo una reto, entender cómo operan estos guiones invisibles resulta fundamental.

La teoría de los roles sociales permite visibilizar cómo ciertos estereotipos se perpetúan bajo la apariencia de normalidad. Los roles de género, la raza, la edad o la discapacidad son solo algunos de los prismas del prejuicio a través de los que evaluamos las capacidades y aspiraciones de las personas.

En contextos multiculturales o con políticas de igualdad ambiciosas, estos estereotipos no desaparecen: simplemente se adaptan. Y es ahí donde reside uno de los grandes retos de la inclusión real.

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No basta con abrir la puerta a perfiles diversos si, una vez dentro, se espera de ellos que se comporten según el rol tradicional que la sociedad les ha asignado. La verdadera transformación requiere revisar esos patrones, permitir nuevas narrativas y —sobre todo— crear espacios donde cada persona pueda definirse por sí misma.

 

“No basta con abrir la puerta a perfiles diversos si, una vez dentro, se espera de ellos que se comporten según el rol tradicional que la sociedad les ha asignado”.

 

Romper el molde: entre la incomodidad y la oportunidad

Poner en cuestión los roles sociales es, ante todo, incómodo. Significa desafiar creencias profundamente arraigadas, tanto en quienes se benefician de ellas como en quienes las han interiorizado como únicas posibles. No es casualidad que quienes se salen del guion (un hombre que decide cuidar a tiempo completo, una mujer que lidera con firmeza, una persona racializada que ocupa una posición de responsabilidad) sigan siendo percibidos como excepciones, cuando no como anomalías.

Pero también es una oportunidad. Porque detrás de cada rol cuestionado hay una posibilidad de ampliar los márgenes de lo aceptable, de lo imaginable y, en última instancia, de lo justo. Las organizaciones que se atreven a revisar estos patrones no solo ganan en reputación: también en talento, innovación y cohesión.

Desde una perspectiva ética, asumir este desafío implica reconocer que la inclusión no se alcanza solo con cuotas o declaraciones de principios, sino con una transformación cultural profunda.

 

Fuentes: