Entre las aptitudes que cada vez están cobrando más fuerza en la búsqueda de talento por parte de las empresas se encuentra la inteligencia emocional. En ello coinciden distintos estudios, informes y proyecciones sobre el futuro del mundo laboral.

Para Anthony Howard, CEO en Awaken Group y experto en liderazgo, este enfoque creciente en el conocimiento, control y gestión de las propias emociones está estrechamente vinculado a la incipiente “economía del sentimiento”. Este concepto, centrado en las personas y sus relaciones, acabará por sustituir al paradigma actual de la economía del conocimiento.

La tesis de Howard es la siguiente: los avances tecnológicos ligados a la inteligencia artificial permitirán automatizar muchas de las labores que se ejecutan en las empresas. Como consecuencia de ello, hará falta menos talento humano para las áreas de producción y, en cambio, más para aquellas que exijan interacciones humanas, pues las organizaciones cada vez dan más valor a la atención personalizada al cliente. Por ende, la demanda será de trabajadores altamente cualificados y entrenados en inteligencia emocional.

Las nuevas tendencias en el mercado de trabajo también apuntan a una óptima gestión de las emociones en las relaciones con los demás, dentro de la organización. Sobre este aspecto, uno de los artículos académicos más esclarecedores es el escrito por Sigal Barsade, profesora de gestión de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Filadelfia, y Donald E. Gibson, experto en resolución de conflictos.

En el artículo ¿Por qué el afecto importa en las organizaciones? ambos autores sostienen que no sólo las emociones, sino también el estado de ánimo y el temperamento de los profesionales afectan a los objetivos, la toma de decisiones, la creatividad, la retención del talento, el liderazgo y el trabajo en equipo. Y todo porque las emociones “se contagian” entre los miembros de una organización como si de un “virus” se tratase.

Clasificación de los “sentimientos”

“Los individuos no son islas emocionales aisladas; cuando los trabajadores acuden al trabajo, también llevan consigo sus rasgos, estado de ánimo y emociones”, apuntan Barsade y Gibson, que hacen la siguiente clasificación de los “sentimientos” que acaban por modular el ecosistema laboral en las organizaciones:

  • Puntuales: son emociones básicas, tales como la alegría, la ira, el miedo, la indignación o la sorpresa. Son de corta duración.
  • Estados de humor: Se prolongan durante algo más de tiempo y no siempre se deben a una causa concreta.
  • Rasgos de personalidad: son más permanentes y reflejan cómo enfocan los profesionales la vida en general.

Para entrenar la inteligencia emocional en el trabajo es necesario, primero, identificar el tipo de emociones que un profesional siente que le asaltan en su entorno laboral. A continuación, se trataría de tomar conciencia de cómo reacciona ante sus propias emociones para aprender a controlarlas y así evitar situaciones desagradables como el síndrome del trabajador quemado (burnout).

Controlar las emociones no significa reprimirlas, afirma la psicóloga e investigadora Peggy Drexler, que sostiene que la represión “puede nublar el juicio, mitigar el coeficiente intelectual y elevar el estrés”.

Cultivar la inteligencia emocional no está sólo en manos de los propios profesionales. Los responsables de las organizaciones también pueden tomar medidas tales como: la estimulación en positivo a los empleados; quitar el exceso de hierro a determinados problemas; apostar por un clima laboral positivo; y favorecer la comunicación vertical y horizontal dentro de la organización.

Fuentes: Adecco, Spring Professional, Awaken Group y Huffpost

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